Tres años después
El rostro de Zona le contempla con ojos ciegos de cristal desde el escaparate, su belleza deliciosamente retocada por los maquillajes más selectos, sus cabellos minuciosamente peinados alrededor de su dulce rostro para enfatizar esa faceta felina de sus rasgos. Extiende una mano hacia los presentes en un gesto misterioso mientras surge de una artificial oscuridad conseguida en un estudio fotográfico, con el resto de su grupo aún en las sombras, tan solo insinuadas sus siluetas. A nadie le importan, nadie se fija en ellos. Solo en ella, en la deliciosa Zona, aunque ya nadie la conozca por ese nombre.
Alex la contempla con una sonrisa en sus crueles labios, mientras una dependienta de los grandes almacenes, con expresión aburrida, cierra la verja del escaparate donde se expone la enorme fotografía, una de las muchas que decoran la ciudad, y otras muchas ciudades alrededor del mundo, promocionando el nuevo disco de la que llaman Reina de los Gatos, la nueva diosa de la música gótica. Alex no hace más que oír hablar de su extraña y turbadora música, del toque suavemente desquiciado de sus letras y de su tenue y dulce voz. Circulan leyendas sobre ella, hay quien dice que fue víctima de una violación, e incluso en una leyenda delirante que afirma que un asesino en serie la mantuvo secuestrada por semanas. Solo así pueden los que la escuchan justificar la turbadora sensación que sus canciones les provocan.
Afortunadamente, piensa Alex, nadie sabe la verdad. Y si se supiera, nadie se atrevería a creerla.
Se abotona su gabán, temerosa de que la niebla helada que surca la superficie del río le arrebate el poco calor que atesora en su cuerpo. Dirige una última mirada a la fotografía y le lanza un beso, ignorando la expresión de perplejidad de la aburrida dependienta, que continúa luchando con una cerradura que no parece funcionar. Se gira y avanza hacia el río, hacia uno de los puentes que lo cruzan, de vuelta a su nuevo hogar.
Mientras cruza el ancho río mira a su alrededor, a una ciudad que comienza a sumirse poco a poco en un hermoso letargo. Llegó aquí hace tiempo, huyendo de demasiadas cosas. Se detiene un momento en la barandilla del puente, mirando la parte vieja de la ciudad, que muestra ante ella su estudiada iluminación. Si, es un hermoso lugar. Fue todo tan apresurado que ni tuvo tiempo de mirar sobre su hombro y ver lo que había dejado atrás. Fue tiempo después cuando se atrevió a investigar, cuando descubrió en una hemeroteca la noticia de la extraña muerte de un grupo de música underground. Tan solo una superviviente, que había presenciado la grotesca masacre, y había descrito a un asaltante misterioso que nadie había encontrado, pero que se había cobrado más vidas esa noche en otras partes de la ciudad. Era un suceso que todavía resurgía de vez en cuando en forma de nuevas teorías en las páginas de la prensa sensacionalista. El Halloween Sangriento, lo llamaban. Tardó un poco más en averiguar lo que había ocurrido con los cadáveres. Al fin lo averiguó, por una obra de investigación de no mucho prestigio que surgió un año después. No se habían encontrado familiares de las víctimas, ni ninguna documentación que los identificara. A petición de la única superviviente, que permanecía en el anonimato, se habían incinerado los restos.
Alex se sintió horrorizada al leer aquellas palabras. Por un tiempo se negó a aceptarlo, desconfiando de las fuentes en las que aquel libro barato podría basarse. Pero después comprendió que era cierto, que debía serlo. Ella lo sabia, sabía lo que eran, y tras lo que había visto era lo más lógico. Y aquella comprensión le arrancó una sonrisa despiadada. Aunque le costó encontrar la dirección, consiguió enviar a Zona una carta de agradecimiento, tan solo un pedazo de cartulina en blanco con sus labios marcados con carmín y su nombre escrito con rotulador. No adjuntó remite. No esperaba volver a saber de ella hasta que escuchó su voz en la radio.
La brisa llega helada del norte, presagiando las nieves que traerá un invierno que acaba de comenzar. Alex se frota los brazos por encima de su abrigo y mira la esfera finamente decorada de su reloj de bolsillo. No quiere llegar tarde a su cita. Mete las manos enguantadas en los bolsillos y continua su camino, cruzándose solo con un solitario autobús medio vacío.
Cuando pasa frente a la catedral, le sorprende el sonido de una guitarra acústica rompiendo el falso silencio de la noche. Aminora la marcha para escucharlo con detenimiento, mientras busca su origen con la mirada. Al fin lo encuentra, apenas un pequeño punto distante, bajo el gran arco de la tenebrosa catedral gótica, un músico callejero que desgrana una vieja canción de los tiempos en que Alex era mortal, una canción mítica como pocas que relata una vieja leyenda celta con sones de rock. Se esfuerza apenas un instante y recuerda la letra, y comienza a cantarla en voz alta mientras camina.
Al fin llega al bonito barrio bohemio, iluminado por las melancólicas farolas de metal negro y vidrio ocre y las luces cálidas que surgen del interior de los cafés, con la promesa de calor y buena cerveza. Alex se dirige al café que ostenta la pintoresca enseña de un cuervo sobre un busto clásico. Abre la puerta de madera color burdeos y se detiene un instante en el umbral, sintiendo la bendición que emana del caldeado interior.
Su cita ya ha llegado, la ve mirándola con ojos tímidos, en el lugar más alejado de la entrada. Se acerca a ella lentamente, deleitándose de la fascinación que despierta en la romántica jovencita de largos cabellos rubios. Se sienta junto a ella sin decir palabra y se quita lentamente los guantes, sin dejar de mirar esos ojos verdes en los que la timidez se confunde con el miedo. Deja los guantes de cuero sobre la mesita de blanco mármol y mira por un momento sus largas uñas pintadas de negro.
-Buenas noches-susurra.
Ella tan solo asiente. Alex se imagina lo que puede estar cruzándose por la mente de la joven. Quizá creyó que ella no existía, que era solo una leyenda, o quizá una broma demasiado elaborada. Desde que llegó a la ciudad, Alex ha estado forjando su nueva existencia poco a poco, creando rumores que se ha encargado de fomentar con sus actos, consiguiendo una pequeña fama como poeta y cantautora, pero permaneciendo al mismo tiempo en el misterio. Tan solo permitió que una fotografía suya apareciese una vez en una publicación local, y era tan borrosa y oscura que tan solo se adivinaba su rostro. Una editorial underground le publicó su libro de poemas "Yonki Sanguíneo", lleno de claves e insinuaciones para todo aquel que se atreviese a leerlas. Y cuando comenzó a escribir sus propios poemas en las paredes de los callejones oscuros, no le sorprendió ver que pronto otras la imitaban empleando sus propias palabras. Cuando reveló la forma de contactar con ella, en forma de poesía, no tardó en recibir proposiciones enigmáticas y poéticas.
"Quiero ser tu absenta, que me saborees en tu delirio", había escrito aquella chica hacia dos noches, bajo uno de sus poemas, empleando una barra de labios de color negro.
Y aquí está ahora, deseando que me alimente de su dulce y cálida sangre.
Alex llama a la camarera e invita a la chica a una cerveza. Le susurra tenuemente al oído que así su sabor será más dulce, y siente el escalofrío que sus palabras desencadenan en la joven. Por un largo momento, mientras la jovencita bebe su cerveza en cortos tragos, juguetea con sus gélidos dedos sobre su cuello y su nuca. Esta totalmente hechizada por ella.
Salen de allí, sintiendo el mordisco implacable del frío que azota la calle. Un pequeño portal y una escalera empinada llevan al refugio de Alex, un lugar pequeño con un encanto que no creía ser capaz de encontrar en ningún lugar. La joven deja que la tumbe en uno de los divanes rojos del salón, y que prepare cuidadosamente los instrumentos de su poética depredación.
Alex ha llevado su filosofía al extremo en todos estos años. Comenzó matando menos cada vez, alargando los periodos de abstinencia lo más posible, hasta llegar al límite que le impediría conseguir nueva sangre. Y no le sorprendió descubrir que ese límite se hacia cada vez mayor, hasta que no tuvo necesidad de matar, hasta que con solo una pequeña ración de cálida sangre extraída de un cuerpo vivo cada semana tenía suficiente para mantener el calor interior. Sabe que todo ese control es ilusorio, siente la tentación de tomar la deliciosa sangre de la jovencita aquí mismo, de segar su vida rajando su cuello e inundando su boca del elixir de sabor acerado que contiene. Pero la disciplina a la que se ha sometido durante este tiempo le ha dado una cierta sabiduría, una cierta paz interior a la que no está dispuesta a renunciar.
Sube la manga del jersey negro de la chica y le ata una goma por encima del codo, para que las venas se le marquen en su pálida piel. Hace lo mismo con su brazo, y coloca una aguja nueva en su bonita jeringuilla de cristal. Se inclina sobre la chica, que la observa extasiada, y deposita un beso sobre sus labios entreabiertos al tiempo que hunde la aguja en una de las venas de su brazo. La chica exhala un hermoso gemido mientras la sangre es drenada de su cuerpo. Alex clava la jeringuilla llena en su brazo y la vacía, sintiendo como el calor la inunda, acariciando todo su cuerpo desde el interior. Lo repite una y otra vez, sin dejar de besar a la chica, susurrándole oscuras poesías al oído que improvisa sobre la marcha, dejando que la sangre que le roba le inspire.
Cuando la chica comienza a sentirse débil, Alex se detiene. Su admiradora la contempla en silencio mientras vuelve a introducir sus artilugios sanguíneos en el viejo maletín de cuero donde los guarda. Cuando nota que Alex guarda la jeringuilla todavía llena de sangre, se sorprende.
-¿Por qué no la usas?-pregunta tímidamente, casi en un susurro.
Alex cierra el maletín y la mira con una sonrisa.
-Me la reservo para luego-le dice.
La chica se limita a sonreír.
Vuelven a besarse en la despedida, con la promesa de volver a encontrarse, quizá muy pronto. Y Alex vuelve al interior de su pequeño hogar y llevando su maletín asciende los escalones de madera que la llevan al desván, hacia una alargada caja de madera medio oculta bajo una lona gris. Retira la lona y levanta lentamente la tapa de la caja, dejándola a un lado. Después se arrodilla junto a la caja y contempla su interior en silencio por un momento, como siempre hace.
Ya no queda ninguna marca de la herida que le provocó aquella noche maldita. La sangre que llevaba en su cuerpo la curó lentamente, y hoy su pálida piel aparece sin ninguna marca. El pequeño cuerpo de Voltaire descansa sobre un lecho de satén negro, completamente desnudo, tan hermoso como siempre. Sus ojos azules están cerrados, y en su rostro aparece una expresión de calma que reconforta de alguna forma a Alex cuando lo contempla. Besa suavemente la frente de Voltaire y acaricia sus cabellos, mientras le susurra una canción de cuna. Voltaire ha permanecido inconsciente desde que Alex atravesó su corazón con su propia navaja. Se diría que su mente o que su deseo de vivir fue consumido por aquella ansia frenética que la había poseído. Pero Alex sabe que aún hay algo dentro de esa hermosa envoltura.
Alex abre el maletín y saca la jeringuilla llena de sangre aún caliente. Clava la aguja en el cuello de Voltaire, justo en la carótida, y vacía el cilindro lentamente. Siempre le guarda un poco de la sangre que consigue, con la esperanza de poder arrancarla de ese letargo en el que está sumida. Cuando termina de inyectarle, besa sus fríos e inmóviles labios y vuelve a cerrar la tapa. Cubre la caja y se aleja del desván, de vuelta a su bohemia existencia.
En la completa oscuridad del interior de la caja, Voltaire abre lentamente los ojos.
© 2008, Juan Díaz Olmedo
El rostro de Zona le contempla con ojos ciegos de cristal desde el escaparate, su belleza deliciosamente retocada por los maquillajes más selectos, sus cabellos minuciosamente peinados alrededor de su dulce rostro para enfatizar esa faceta felina de sus rasgos. Extiende una mano hacia los presentes en un gesto misterioso mientras surge de una artificial oscuridad conseguida en un estudio fotográfico, con el resto de su grupo aún en las sombras, tan solo insinuadas sus siluetas. A nadie le importan, nadie se fija en ellos. Solo en ella, en la deliciosa Zona, aunque ya nadie la conozca por ese nombre.
Alex la contempla con una sonrisa en sus crueles labios, mientras una dependienta de los grandes almacenes, con expresión aburrida, cierra la verja del escaparate donde se expone la enorme fotografía, una de las muchas que decoran la ciudad, y otras muchas ciudades alrededor del mundo, promocionando el nuevo disco de la que llaman Reina de los Gatos, la nueva diosa de la música gótica. Alex no hace más que oír hablar de su extraña y turbadora música, del toque suavemente desquiciado de sus letras y de su tenue y dulce voz. Circulan leyendas sobre ella, hay quien dice que fue víctima de una violación, e incluso en una leyenda delirante que afirma que un asesino en serie la mantuvo secuestrada por semanas. Solo así pueden los que la escuchan justificar la turbadora sensación que sus canciones les provocan.
Afortunadamente, piensa Alex, nadie sabe la verdad. Y si se supiera, nadie se atrevería a creerla.
Se abotona su gabán, temerosa de que la niebla helada que surca la superficie del río le arrebate el poco calor que atesora en su cuerpo. Dirige una última mirada a la fotografía y le lanza un beso, ignorando la expresión de perplejidad de la aburrida dependienta, que continúa luchando con una cerradura que no parece funcionar. Se gira y avanza hacia el río, hacia uno de los puentes que lo cruzan, de vuelta a su nuevo hogar.
Mientras cruza el ancho río mira a su alrededor, a una ciudad que comienza a sumirse poco a poco en un hermoso letargo. Llegó aquí hace tiempo, huyendo de demasiadas cosas. Se detiene un momento en la barandilla del puente, mirando la parte vieja de la ciudad, que muestra ante ella su estudiada iluminación. Si, es un hermoso lugar. Fue todo tan apresurado que ni tuvo tiempo de mirar sobre su hombro y ver lo que había dejado atrás. Fue tiempo después cuando se atrevió a investigar, cuando descubrió en una hemeroteca la noticia de la extraña muerte de un grupo de música underground. Tan solo una superviviente, que había presenciado la grotesca masacre, y había descrito a un asaltante misterioso que nadie había encontrado, pero que se había cobrado más vidas esa noche en otras partes de la ciudad. Era un suceso que todavía resurgía de vez en cuando en forma de nuevas teorías en las páginas de la prensa sensacionalista. El Halloween Sangriento, lo llamaban. Tardó un poco más en averiguar lo que había ocurrido con los cadáveres. Al fin lo averiguó, por una obra de investigación de no mucho prestigio que surgió un año después. No se habían encontrado familiares de las víctimas, ni ninguna documentación que los identificara. A petición de la única superviviente, que permanecía en el anonimato, se habían incinerado los restos.
Alex se sintió horrorizada al leer aquellas palabras. Por un tiempo se negó a aceptarlo, desconfiando de las fuentes en las que aquel libro barato podría basarse. Pero después comprendió que era cierto, que debía serlo. Ella lo sabia, sabía lo que eran, y tras lo que había visto era lo más lógico. Y aquella comprensión le arrancó una sonrisa despiadada. Aunque le costó encontrar la dirección, consiguió enviar a Zona una carta de agradecimiento, tan solo un pedazo de cartulina en blanco con sus labios marcados con carmín y su nombre escrito con rotulador. No adjuntó remite. No esperaba volver a saber de ella hasta que escuchó su voz en la radio.
La brisa llega helada del norte, presagiando las nieves que traerá un invierno que acaba de comenzar. Alex se frota los brazos por encima de su abrigo y mira la esfera finamente decorada de su reloj de bolsillo. No quiere llegar tarde a su cita. Mete las manos enguantadas en los bolsillos y continua su camino, cruzándose solo con un solitario autobús medio vacío.
Cuando pasa frente a la catedral, le sorprende el sonido de una guitarra acústica rompiendo el falso silencio de la noche. Aminora la marcha para escucharlo con detenimiento, mientras busca su origen con la mirada. Al fin lo encuentra, apenas un pequeño punto distante, bajo el gran arco de la tenebrosa catedral gótica, un músico callejero que desgrana una vieja canción de los tiempos en que Alex era mortal, una canción mítica como pocas que relata una vieja leyenda celta con sones de rock. Se esfuerza apenas un instante y recuerda la letra, y comienza a cantarla en voz alta mientras camina.
Al fin llega al bonito barrio bohemio, iluminado por las melancólicas farolas de metal negro y vidrio ocre y las luces cálidas que surgen del interior de los cafés, con la promesa de calor y buena cerveza. Alex se dirige al café que ostenta la pintoresca enseña de un cuervo sobre un busto clásico. Abre la puerta de madera color burdeos y se detiene un instante en el umbral, sintiendo la bendición que emana del caldeado interior.
Su cita ya ha llegado, la ve mirándola con ojos tímidos, en el lugar más alejado de la entrada. Se acerca a ella lentamente, deleitándose de la fascinación que despierta en la romántica jovencita de largos cabellos rubios. Se sienta junto a ella sin decir palabra y se quita lentamente los guantes, sin dejar de mirar esos ojos verdes en los que la timidez se confunde con el miedo. Deja los guantes de cuero sobre la mesita de blanco mármol y mira por un momento sus largas uñas pintadas de negro.
-Buenas noches-susurra.
Ella tan solo asiente. Alex se imagina lo que puede estar cruzándose por la mente de la joven. Quizá creyó que ella no existía, que era solo una leyenda, o quizá una broma demasiado elaborada. Desde que llegó a la ciudad, Alex ha estado forjando su nueva existencia poco a poco, creando rumores que se ha encargado de fomentar con sus actos, consiguiendo una pequeña fama como poeta y cantautora, pero permaneciendo al mismo tiempo en el misterio. Tan solo permitió que una fotografía suya apareciese una vez en una publicación local, y era tan borrosa y oscura que tan solo se adivinaba su rostro. Una editorial underground le publicó su libro de poemas "Yonki Sanguíneo", lleno de claves e insinuaciones para todo aquel que se atreviese a leerlas. Y cuando comenzó a escribir sus propios poemas en las paredes de los callejones oscuros, no le sorprendió ver que pronto otras la imitaban empleando sus propias palabras. Cuando reveló la forma de contactar con ella, en forma de poesía, no tardó en recibir proposiciones enigmáticas y poéticas.
"Quiero ser tu absenta, que me saborees en tu delirio", había escrito aquella chica hacia dos noches, bajo uno de sus poemas, empleando una barra de labios de color negro.
Y aquí está ahora, deseando que me alimente de su dulce y cálida sangre.
Alex llama a la camarera e invita a la chica a una cerveza. Le susurra tenuemente al oído que así su sabor será más dulce, y siente el escalofrío que sus palabras desencadenan en la joven. Por un largo momento, mientras la jovencita bebe su cerveza en cortos tragos, juguetea con sus gélidos dedos sobre su cuello y su nuca. Esta totalmente hechizada por ella.
Salen de allí, sintiendo el mordisco implacable del frío que azota la calle. Un pequeño portal y una escalera empinada llevan al refugio de Alex, un lugar pequeño con un encanto que no creía ser capaz de encontrar en ningún lugar. La joven deja que la tumbe en uno de los divanes rojos del salón, y que prepare cuidadosamente los instrumentos de su poética depredación.
Alex ha llevado su filosofía al extremo en todos estos años. Comenzó matando menos cada vez, alargando los periodos de abstinencia lo más posible, hasta llegar al límite que le impediría conseguir nueva sangre. Y no le sorprendió descubrir que ese límite se hacia cada vez mayor, hasta que no tuvo necesidad de matar, hasta que con solo una pequeña ración de cálida sangre extraída de un cuerpo vivo cada semana tenía suficiente para mantener el calor interior. Sabe que todo ese control es ilusorio, siente la tentación de tomar la deliciosa sangre de la jovencita aquí mismo, de segar su vida rajando su cuello e inundando su boca del elixir de sabor acerado que contiene. Pero la disciplina a la que se ha sometido durante este tiempo le ha dado una cierta sabiduría, una cierta paz interior a la que no está dispuesta a renunciar.
Sube la manga del jersey negro de la chica y le ata una goma por encima del codo, para que las venas se le marquen en su pálida piel. Hace lo mismo con su brazo, y coloca una aguja nueva en su bonita jeringuilla de cristal. Se inclina sobre la chica, que la observa extasiada, y deposita un beso sobre sus labios entreabiertos al tiempo que hunde la aguja en una de las venas de su brazo. La chica exhala un hermoso gemido mientras la sangre es drenada de su cuerpo. Alex clava la jeringuilla llena en su brazo y la vacía, sintiendo como el calor la inunda, acariciando todo su cuerpo desde el interior. Lo repite una y otra vez, sin dejar de besar a la chica, susurrándole oscuras poesías al oído que improvisa sobre la marcha, dejando que la sangre que le roba le inspire.
Cuando la chica comienza a sentirse débil, Alex se detiene. Su admiradora la contempla en silencio mientras vuelve a introducir sus artilugios sanguíneos en el viejo maletín de cuero donde los guarda. Cuando nota que Alex guarda la jeringuilla todavía llena de sangre, se sorprende.
-¿Por qué no la usas?-pregunta tímidamente, casi en un susurro.
Alex cierra el maletín y la mira con una sonrisa.
-Me la reservo para luego-le dice.
La chica se limita a sonreír.
Vuelven a besarse en la despedida, con la promesa de volver a encontrarse, quizá muy pronto. Y Alex vuelve al interior de su pequeño hogar y llevando su maletín asciende los escalones de madera que la llevan al desván, hacia una alargada caja de madera medio oculta bajo una lona gris. Retira la lona y levanta lentamente la tapa de la caja, dejándola a un lado. Después se arrodilla junto a la caja y contempla su interior en silencio por un momento, como siempre hace.
Ya no queda ninguna marca de la herida que le provocó aquella noche maldita. La sangre que llevaba en su cuerpo la curó lentamente, y hoy su pálida piel aparece sin ninguna marca. El pequeño cuerpo de Voltaire descansa sobre un lecho de satén negro, completamente desnudo, tan hermoso como siempre. Sus ojos azules están cerrados, y en su rostro aparece una expresión de calma que reconforta de alguna forma a Alex cuando lo contempla. Besa suavemente la frente de Voltaire y acaricia sus cabellos, mientras le susurra una canción de cuna. Voltaire ha permanecido inconsciente desde que Alex atravesó su corazón con su propia navaja. Se diría que su mente o que su deseo de vivir fue consumido por aquella ansia frenética que la había poseído. Pero Alex sabe que aún hay algo dentro de esa hermosa envoltura.
Alex abre el maletín y saca la jeringuilla llena de sangre aún caliente. Clava la aguja en el cuello de Voltaire, justo en la carótida, y vacía el cilindro lentamente. Siempre le guarda un poco de la sangre que consigue, con la esperanza de poder arrancarla de ese letargo en el que está sumida. Cuando termina de inyectarle, besa sus fríos e inmóviles labios y vuelve a cerrar la tapa. Cubre la caja y se aleja del desván, de vuelta a su bohemia existencia.
En la completa oscuridad del interior de la caja, Voltaire abre lentamente los ojos.
© 2008, Juan Díaz Olmedo